Okayama

viernes, 12 de junio de 2009

Katsu no vive en Okayama, sino en una ciudad más pequeña a algo más de una hora de distancia. Pero quedamos con él en que nos recogería allí en la estación. La primera vez que usé mis precarios conocimientos de japonés fue para encontrar el sitio dónde habíamos quedado con él, le pregunté a un anciano si la estatua que veíamos era la de Momotaro, el niño que nació de un hueso de melocotón y que ayudado por un perro, un faisán y un mono derrotó a un demonio de tres ojos y tres dedos en cada mano. El pobre hombre me debió de decir que sí porque aquí nunca nadie te dice que no, y menos mal que esta vez acertamos (en alguna de las próximas entradas tengo que comentar nuestra ratio de acierto cuando tenemos 50% de posibilidades de acertar con la salida o el sitio al que queremos ir).

Una vez cargados nuestros bártulos en el mini-coche, nos fuimos a comer a un restaurante de Kaiten-Sushi, uno de esos en los que te sientas en la barra frente a una cinta transportadora por la que van pasando ante tus ojos diferentes tipos de sushi y sashimi que los maestros cocineros preparan delante de ti. Mmmmm rico, rico!

Como teníamos mucho tiempo, emprendimos el camino a casa de Katsu sin muchas prisas, nos íbamos parando en todos los lugares que nos llamaban la atención. Un paseo muy agradable por la campiña y pueblos japoneses, para variar un poco de tanta ciudad, campos de arroz, casas con tejados repuntados, montañas bajas y muuuuuucha vegetación.


Decidimos probar las delicias de un
Honshū rural, baño tradicional con agua de manantial, y aprovechamos que por allí cerca había uno con baños al aire libre. Por supuesto, hombres y mujeres por separado, así que con mi toalla al hombro, me separé de los chicos, no sin antes preguntarle a Katsu que cómo funcionaba la cosa, no fuese a ser que hiciese algo inoportuno o no me enterase muy bien, me dio algunas instrucciones básicas, pero tampoco me pudo decir mucho porque claro, él nunca había estado en la parte para mujeres y no sabía si funcionaba igual. Al final resultó que variaba un poco de lo que me contó, pero no era física cuántica en japonés.
Entré a un cuarto todo de madera donde lo primero que había que hacer era descalzarse y dejar los zapatos en cubículos, un poco más arriba lo mismo pero con la ropa, de ahí se accedía ya a la zona de las piscinas interiores, un montón de ellas a diferentes temperaturas, con burbujas, diferentes corrientes, aguas con hierbas medicinales y banquitos y barreños para enjabonarse y lavarse bien antes de meterse en el agua. Así que adaptándome a las costumbres del lugar, a ello que me puse, sin que me pareciese que ninguna de las abuelillas que descansaban por allí hubiese reparado en mi presencia. Tras quedar limpia y reluciente salí a la parte al aire libre, un jardincito encantador y un baño en la roca con una cascadita, vacío para mi sola, me sumergí en el agua calentita directa del manantial y allí me quedé un buen rato contemplando el rio y la montaña y disfrutando de la tranquilidad, el sonido del agua y el canto de los pájaros. Cuando creí que se acercaba la hora en la que había quedado fuera con los chicos, subí de nuevo a la parte interior y disfruté un rato del resto de las piscinas y finalicé con una tonificante ducha fría. Qué gustazo y qué paz!

Después Katsu nos llevó por retorcidas y empinadas carreteras hasta un mirador en la montaña en el que la vista del valle era una pasada, nos quedamos allí otro rato embelesados con el panorama, tras lo que reemprendimos el camino. Siguiente parada: el super. Compramos para cenar una sopa con verduras, pescado, carne, setas, algas… que tradicionalmente se prepara al mismo tiempo que se come. Se coloca en la mesa, sobre un hornillo bajo, una olla de barro e la que se va cociendo la sopa, mientras los comensales le van añadiendo los ingredientes que quieren comer y cuando están listos se los sirven en sus cuencos con un poco del caldo. También riquísima.


1 comentarios:

Álvaro dijo...

un spa en condiciones! jorl, qué envidia!