Por la mañanita temprano, tras desayunar todos en familia otra vez, dejamos con pesar la casa de Hiroko. Se han portado estupendamente con nosotros, mucho más que eso! y prometieron venir a hacernos una visita a España el año que viene. Antes de salir, Hiroko me regaló unos calcetines japoneses con separación entre el dedo gordo y el resto para usar con sandalias, su madre nos regaló a cada uno un pequeño abanico típico japonés para que no nos muramos de calor en nuestro viaje, y su padre unas pequeñas toallas (me recuerdan a la que tenía de pequeña de Hello Kitty) para secarnos cuando nos refresquemos en el camino.
De Fukuoka lamentablemente no puedo contar mucho porque estaba un poco pachuchilla. Casi hasta el albergue nos llevó a rastras un japonés algo rarillo al que preguntamos por la calle y que hablaba alemán y español, según nos contó lo había aprendido en el karaoke porque le encanta cantar, pretendió hacernos demostración y todo y que nos uniésemos a él, pero desgraciadamente para él yo no tenía el cuerpo para mucha jarana y Sebastian por las mañanas es algo más alemán que por las tardes, y tampoco hubo manera de hacerle entonar más que un par de notas de “99 Luftbalons” de Nina.
Mientras él se paseaba por la ciudad yo me quedé todo el día en el albergue intentando dormir algo y trabajando un poquitín. Por la tarde me vino a buscar para sacarme a pasear en bici por el parque de al lado hasta un pequeño templo y a cenar allí mismo. Después, directos a la cama.
A la mañana siguiente, como ya me encontraba mucho mejor, nos levantamos muy pronto para hacer algo de turismo antes de coger el tren a Okayama, dónde habíamos quedado con Katsu. Fue una pena sólo habernos podido quedar día y medio porque por lo poco que vi, la ciudad y los alrededores prometían muchísimo.

1 comentarios:
-leído-
mola la foto! qué pena que tuvieses (¿CAGALERA-GOTELÉ?)
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