Xi’an

miércoles, 5 de agosto de 2009

Parecía que lo habían hecho a propósito, todos los extranjeros en los dos mismos vagones. Nosotros con Javier, la pareja chilena y un canadiense muy majete, cama con cama. Desayunamos todavía en movimiento unos bollitos horribles que nos habíamos comprado sin saber muy bien que eran en un Dia (también hay en china!) y algunos frutos secos muy buenos que Javier compró en uno de los miles de mercados de China.

Gracias al cielo que cuando llegamos ya nos estaba esperando la furgoneta del albergue, porque eso parecía la recepción de bienvenida a la bajada del avión de Kennedy, millones de personas detrás de unas verjas que formaban un pasillo hasta la salida, agitando carteles y gritando ofertas de transporte, alojamiento y yo qué sé qué cosas más… también dio la casualidad de que todos habíamos reservado en el mismo, bueno menos Javier, al que raptamos para que se viniera con nosotros, y ahí que nos fuimos juntitos en furgonetilla al mejor albergue en el que hemos estado hasta ahora (esta entrada la escribí en papel en el barco entre Vietnam y Camboya, y la pasé al ordenador, ¡ ¡que vuelve a funcionar después de dos sustos!! en Tailandia... sí, sé que voy con muuucho retraso).

El albergue, al sur de laciudad y pegadito a la gran muralla que la encierra, tenía un ambiente estupendo gracias a los tres patios con mesas, sofás y sillas que conectaban las habitaciones con la recepción y el restaurante, en los que siempre había alguien sentado encantado de compartir experiencias de viaje y podías mantener animadas charlas con gente de todas partes en cualquier momento del día. Además te regalaban un café el día de llegada y una cerveza gratis por día de estancia en su concurrido bar, los miércoles hacía noche de barbacoa y los viernes “dumpling party”, en la que enseñan cómo se hacen en una mesa enorme a todo el que quiera pringarse las manos y luego los cuecen para cenar, todo gratis.


Xi’an es una ciudad enorme, aunque sea mundialmente conocida por los Guerreros de Terracota, casi lo mejor que tiene, en nuestra opinión, es el barrio chino-musulmán con su Gran mezquita. Es genial entrar en el complejo de edificios que podrían ser un templo chino cualquiera y empezar a ver inscripciones en árabe por todas partes, fuentes como en cualquier mezquita turca, pero estilo oriental, y gente con rasgos chinos vestida con los gorros tradicionales y los camisones largos tan típicos musulmanes. Hay además una escuela coránica en los jardines, en la que puedes ver a muchos hombres mayores aprendiendo árabe a través del Corán y escuchar como repiten la lección con su particular acento. El resto del barrio es prácticamente un gran mercado, en el que puedes encontrar las comidas más raras, entre ellas muchos dulces también producto de la mezcla de culturas porque la mayoría están hechos con pasta de arroz y las taaaan dulces frutas escarchadas u hojaldres musulmanes. Puedes incluso comprar grillos en jaulitas de algo como paja sólo para oir su cri-cri allí dónde los pongas (no veais lo que se rieron los vendedores cuando les preguntamos si eran para comer). También merece mucho la pena darse un paseo por lo alto de la muralla e ir al atardecer al espectáculo de luces y sonido en la Gosse Pagoda (pagoda del ganso salvaje).


La primera noche cenamos con Javier a un restaurante famoso por sus deliciosas Hot Pot al sur este de la ciudad y disfrutamos como enanos metiendo nosotros mismos los ingredientes que habíamos elegido en el delicioso caldo que se iba cocinando en una olla encima de un fuego en el centro de nuestra mesa, bolas de carne de gamba, bolas de carne de tiburón, una montaña de setas de mil tipos diferentes, verduras chinas, tofu, carne de ternera cortada estilo carpaccio…mmmm me relamo sólo con acordarme…

Al día siguiente nos fuimos los tres a hacerles una visita a los milenarios Guerreros, que están a más o menos una hora de la ciudad. Para ir hasta allí cogimos en un lateral de la estación central el autobús verde que te recomienda la Lonely Planet por sólo 7 Yuanes, unos 0,70€! (hablando de la Lonely, está censurada en China y no la puedes comprar en ninguna parte, por mucho que te digan en los hoteles o albergues que sí y que en las librerias no te aclaren porque tienen de los sitios más recónditos pero esa justo no. Nosotros nos volvimos locos buscándola en Shanghai y Beijing). Cuando llegamos allí pensamos que iba a ser complicado cogerlo de vuelta porque no había parada ni nada parecido, pero... qué equivocados estábamos! por esa carretera pasan millones de autobuses, minibuses, furgonetas y taxis, si no te preguntan ellos antes a pitidos y gritos desde la ventana, puedes parar cualquiera haciéndole una seña y te lleva otra vez al centro por el mismo precio o incluso menos (después de negociarlo, claro, que a los turistas siempre intentan sacarles más). Así descubrimos que para ir para allí también podríamos haber cogido cualquier bus, no hacía falta habernos complicado buscando el color o el número que te dicen las guías de viaje.

Y esto es así en todo el país. Un montón de minibuses recorren China pitando a cada viandante que se cruzan por el camino, bien para avisarles de que van a pasar (por si las moscas no habían oído el estruendo que les precede…) o bien, como especie de ofrecimiento-pregunta por si quieren subirse.

Me voy por las ramas: los Guerreros, pues sí, muy guay ver en vivo dónde los encontraron y las excavaciones, pero el museo en sí tiene bastante poco interés (uno de los pabellones está dedicado sólo a como construyeron el propio museo…). Añadiéndole que estaba llenísimo de gente y que hacía un calor que no veas…me gustó, pero me impresionó lo justo. Menos mal que nos rebajaron la carísima entrada a la mitad enseñando nuestro carnet de estudiantes.


De vuelta a la ciudad nos paramos a ver el palacio balneario Hua Quin que uno de los miles de emperadores mandó hacer para su concubina preferida (lo llaman Hot Springs, porque se construyó hace 3000 anios sobre un manantial con más de 6000 anios). Muy bonito. Sebastian y yo acordamos que el primero que se haga rico le construirá al otro una réplica del mismo en algún sitio idílico que nos pille un poco más a mano.

El resto de nuestra estancia en Xi’an fue de preparativos y sillón-ball (dicese del a veces maravilloso deporte de tumbarse en el sofá y no hacer nada de nada). Y el último día también nos despedimos de la ciudad con una Hot Pot, en un restaurante nepalí ultrabarato, pero no por ello peor que el otro, justo en la calle de detrás de nuestro albergue…si lo hubiésemos sabido antes!!

Pingyao

miércoles, 29 de julio de 2009



Tras una semanita de aclimatación, turisteo y relajación en la capital, decidimos dirigirnos a un sitio más acojedor, y elegimos la pequeña ciudad de Pingyao. Fundada en el siglo XIV, mantiene buena parte de la arquitectura original de las épocas Ming y Qing. El casco antiguo está rodeado por una muralla de 6 km de longitud y 12 m de altura con seis puertas y unas setenta torres de vigilancia, en cada una de las cuales hay esculpida una frase del libro "El arte de la Guerra", de Sun Tzu, que mi padre me regaló y me leí para el máster un par de semanas antes de empezar el viaje. La Ciudad fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1997.


Si, por aquello del idioma, comprar un billete de tren desde la ciudad en la que estás hacia cualquier otra parte es ya un poco complicado, intentar comprar un billete en China para un tren que salga de una estación diferente de la que estás comprándolo es todo un reto. Primero lo de siempre, pedir en el hostal que te escriban de dónde a dónde quieres ir, cuantas personas, qué día, a qué hora, en qué clase y qué litera quieres (arriba, en medio o abajo); Luego, conseguir que la persona que te vende los tickets entienda lo que pone, en chino, en tu papelito… y eso ya no es tan fácil. Tras decirnos en 4 ventanillas que no es posible venderte un billete de un tren que salga de una estación diferente de la que lo adquieres (¡¡¿¿¿ein??!!?) y que debíamos comprarlo allí cuando llegásemos (nosotros queríamos comprar con antelación el tramo Pingyao-Xi’an porque nos habían dicho que los trenes se llenaban enseguida y a lo mejor allí nos encontrábamos que sólo quedaban camas libres en trenes dos días más tarde y nos tocaba esperar) por fin encontramos a una taquillera que, en cuanto le enseñamos el papel, sin ningún tipo de extrañeza ni preguntas nos dio los billetes, el problema se presentó cuando le enseñamos nuestro billete Beijing-Xi’an y le preguntamos desde que estación salía el tren. Se puso a agitar los brazos y hacer muecas señalando la cola que teníamos detrás, pero ante nuestra insistencia nos dijo que salía desde la estación central, en la que estábamos en ese momento. Y cómo, a pesar de su enfadado, nos lo dijo 3 veces, nos fuimos tan tranquilos.


Aaaaaaaaaaaaaaay infelices!! cuando 3 días más tarde nos fuimos para allá con tiempo y nos pusimos a buscar en los paneles nuestro tren…no estaba! Le preguntamos a una “amable” señora de información que nos ladró a saber qué y nos tiró el billete a la cara, perplejos le preguntamos a varias personas en medio del enjambre humano que iba y venía a toda velocidad sin mayor éxito, hasta dar con una chavalilla joven que hablaba un poco de inglés y que le volvió a preguntar al perro ladrador de nuestra parte que demonios pasaba con nuestro tren. Gracias a ella supimos que la taquillera nos había dicho que sí que nuestro tren salía de allí mismo, como a los tontos y a los locos, sólo para que nos quitásemos de en medio. En realidad salía de la estación este y ya no nos daba tiempo a llegar… Menos mal que en este país no hay absolutamente ningún problema con los cambios de los billetes, ni aunque el tren que se supone que deberías haber cogido haya salido el día anterior. Volvimos a hacer cola en la taquilla, cambiamos los billetes para un par de horas después, nos fuimos a la otra estación y, para matar la espera, nos pusimos las botas comiendo dumplings (Ángeles, me acordé mucho de ti pideindo tus 'empanadillas chinas').

A parte del jaleo para comprar los billetes y la incidentada toma del tren, la llegada también tuvo lo suyo. El tren nos dejó a las 5 de la mañana en medio de una estación en ninguna parte y osotros, tan previsores, sin mapa ni idea de nuestro destino. Por suerte, aqui los taxis y bici-taxis son muy baratos. Como no sabiamos en realidad dónde queríamos ir, dejamos que nos llevasen hasta el centro de la ciudad y allí nos pusimos a caminar hasta encontrarnos con un albergue donde entramos a preguntar si nos permitían dejar las mochilas allí durante el día aunque no durmiésemos allí, pues majísimos, no sólo nos dejaron, sino que nos regalaron un mapa de la ciudad, nos explicaron las cosas más interesantes que ver y nos ofrecieron ducharnos gratis, lo que, después del viaje nocturno en el abarrotado y caluroso tren lo agradecimos muchísimo.

Pingyao es una ciudad muy curiosa, por lo visto se han rodado allí varias películas (la linterna roja), dentro de la muralla las calles son estrechas y polvorientas, las casas bajitas con farolillos en las puertas, inscripciones por doquier y patios espartanos y, en medio de todo eso, torretas elegantes y tejados puntiagudos terminados en dragones con las fauces abiertas .

A media mañana hacía ya un calor de mil demonios, así que después de darnos una vuelta tanto por dentro como por fuera decidimos sentarnos en un esquina a comernos un riquísimo helado (uno de los miles que nos comeríamos en China, a 0,20€ cualquiera se resiste!) disfrutando mientras observábamos el ir y venir de los locales. El desfile de motos, bicis cargadas con las cosas más inimaginables y gente particular que pasaban por allí por minuto era ya en sí mismo todo un espectáculo. Atareados como estábamos con nuestros helados no pudimos hacer fotos de casi ninguno, pero tengo algunas imágenes grabadas, entre ellas un par de gente con camisetas en las que se leían frases en inglés que probablemente ni entendían (como cuando Sebastian le tradujo a una chica en Malasaña lo que querían decir los bonitos símbolos japoneses de su suéter: “soy fácil y me gusta ponerme encima”…si es que hay que tener un cuidado con lo que uno se pone…o peor, se tatúa!): una anciana conduciendo una moto más vieja que ella cargada con toneladas de patos vestida con una camiseta rosa con letras negras que decía “demasiado cool para este mundo”, un señor de mediana edad un tanto guarrete con una camiseta roída en la que alguien (quién sabe si él mismo) había escrito en grande con un rotulador “Dolce&Gabbana”.

Tras cenar en el albergue por aquello de devolverles un poco el favor y porque estábamos muertos de tanto pateo, nos volvimos a duchar y nos fuimos a la estación para coger el tren nocturno hacía Xi’an, cual no fue nuestra sorpresa al descubrir que prácticamente los 15 mochileros que esperábamos allí éramos hispanoparlantes, eran los primeros con los que nos cruzábamos en todo el viaje y la casualidad hizo que además fuese un encuentro de varios grupos de lo más dispares, un matrimonio chileno de nuestra edad que estaba haciendo casi el mismo viaje que nosotros pero con un par de días de adelanto, unos grupo de catalanes de viaje de fin de carrera… Javier, un valenciano, suizo de adopción, profesor responsable del departamento de castellano de la Universidad de Lynch que, fascinado por su cultura, estaba allí 3 meses para aprender algo del idioma y viajar a lo largo y ancho del país. Con él compartiríamos luego muchos buenos ratos y nos explicaría cosas interesantísimas de estas gentes que nos harían comprenderlos algo (iba a escribir “algo mejor”, pero en realidad salimos de china con la sensación de no entender nada y de habernos dejado, lamentablemente, mucho en el tintero, pena de barrera idiomática).

Beijing

martes, 28 de julio de 2009

La capital china tiene, por supuesto, muchísimas cosas que ver, la ciudad prohibida, el templo del cielo... en los alrededores la Gran Muralla, el Palacio de Verano... y un millón de etc. Así que decidimos tomarnoslo con relax y tomamos prestadas del hostal un par de bicis para los dias que estuvimos alli.

Una de las cosas que más nos gustaron fue callejear por los Hutongs tradicionales y observar a la gente en su vida diaria, los puestos de comida, las bicis cargadas de millones de cosas, los mercados con los bichos mas increibles y mil cosas más. Es increible la variedad y colorido de cosas que ocurren en un minuto cualquiera de una esquina de una de sus calles, qué movimiento!

Otra cosa que sin duda merece muchísimo la pena es el distrito 798 de arte, se trata de un antiguo complejo de fábricas a las afueras de la ciudad en el que los artistas han instalado sus talleres y galerias, es inmenso, nos podriamos haber pasado allí el día entero tranquilamente. Predomina el arte moderno, pero hay de todo y te dejan hacer fotos de absolutamente todas las obras, es una gozada, nos habriamos comprado encantados un par de cuadros, que pena que no pudiesemos porque sino tendriamos que haberlos cargado por toda Asia...

Comimos el famoso pato a la pekinesa! al fin y al cabo, somos guiris! y he de decir que estaba buenisimo (me encanta el pato de todas formas). En realidad, la comida nos está gustando muchísimo y como es tan barata, nos ponemos las botas, eso sí, es algo complicado encontrar un sitio que respete los estándares mínimos de limpieza...o quizá es que nosotros estábamos al principio de nuestro viaje y todavía teníamos mucho a lo que acostumbrarnos, bueno, más bien, mucho a lo que acostumbrar a nuestros estómagos.

La visita a la Gran Muralla fue toda una experiencia, no queríamos ir a Badaling, que es donde van todos los turistas y parece eso benidorm en julio, asi que decidimos chuparnos unas cuantas horas de excursión hasta el trozo de Mutianyu, tras preguntar y preguntar como podiamos llegar hasta alli, nos hicieron tanto lio que nos dejamos convencer para coger un tour organizado...en fin...que decir, que salimos del hostal a las 7:30 de la mañana y no llegamos a la Gran Muralla hasta las 2 de la tarde, porque nos hicieron "unas cuantas" paraditas en el camino, que si un centro médico tradicional lleno de potingues para vender, que si paradita para comer "casualmente" en una tienda de Jade... por lo menos nos llevaron también a las tumbas de la dinastia Ming...algo es algo. Pero eso sí, acertamos de pleno con el trozo de Muralla que visitamos, porque estábamos allí prácticamente solos (todo lo solo que se puede estar en China, claro, es decir, que habría otras 150 personas en un tramo de unos 4 km). Es nuna pena como lo han restaurado, no han puesto mucho cuidado en seguir la línea original, así que te encuentras cemento por aquí y por allá muy amenudo. Por suerte, nos pudimos colar en un tramo del muro no restaurado, es impresionante el estado en el que se encuentra, los árboles crecen por todas partes y hay trozos que ya ni siquiera se ven.

Eso sí, estar en una de las torretas y ver el muro recorriendo lo alto de la cordillera kilómetros y kilómetros en ambas direcciones hasta más allá de dónde alcanza la vista es IM-PRESIONANTE!

Cómo dice el dicho chino: Ahora que hemos subido a lo alto, ya somos hombres de verdad!! (y eso en qué lugar me deja a mi??)

Viajeros a la Pekinesa

viernes, 3 de julio de 2009

Comprar los tickets de Shanghai a Beijing no fue fácil, por suerte no había casi nadie en las taquillas de la estación, pero en la ventanilla para extranjeros la vendedora no hablaba inglés y tampoco entendía que necesitábamos a alguien con el que nos pudiésemos entender mínimamente, así que nos fuimos cambiando de cola en cola hasta dar con la vendedora que hablaba algo de inglés y conseguimos que nos vendiese dos billetes para el tren cama del día correcto, el problema surgió cuando nos dio a elegir la clase y nosotros no entendíamos la diferencia entre soft spleeper y hard sleeper y ella tampoco nos lo sabía explicar (que pasa que el que ronca paga más? o el que duerme profundamente paga menos??), así que elegimos hard spleeper porque costaba menos sin saber muy bien lo que nos íbamos a encontrar.

Lo primero, una cantidad de gente increíble en la sala de espera desde donde se accede al tren, que pensamos que estarían esperando a más de uno, pero no, todos estaban para el mismo que nosotros y en cuanto abrieron las puertas se tiraron corriendo a ser los primeros en entrar como si fueran las rebajas. Después, un vagón cama separado por compartimentos sin puerta dentro de cada uno de los cuales había 2 literas de tres camas cada una. Eso era el hard sleeper famoso. Pues oye, tuvimos suerte con nuestros 60 compañeros de cuarto y, Sebastian ayudado por sus inseparables tapones para los oídos, dormimos como angelitos hasta llegar a Beijing.

Una vez allí, tras coger el metro en dirección equivocada y pasarnos casi una hora dando vueltas buscando el albergue por un Huton (barrio tradicional pekinés de casas bajas y calles estrechas) completamente en obras y no encontrarlo, estábamos hartos y hambrientos, así que nos decidimos por un hotel pequeñito con buena pinta, barato, limpito, apañado y céntrico.

Después de descansar, ducharnos y comer algo en un restaurante de por ahí cerca, nos fuimos a dar una pequeña vuelta tranquila para emplear bien la tarde y ver algunas cosas interesantes, aprovechando que estábamos al lado de la famosa plaza de Tian’anmen.

Cuando llegamos allí había un montón de gente apiñada haciendo videos y fotos, nosotros empezamos a cotillear para intentar averiguar qué estaba pasando, cuando tres amables estudiantes de viaje de graduación por China comenzaron con nosotros una alegre conversación en inglés y nos explican que la acumulación de gente es para ver el cambio de guardia, “como en Buckingham Palace!” nos dice uno…si, si, lo mismito…

Después de hablar un rato y hacernos miles de preguntas, nos invitan a ir con ellos por ahí a tomar algo. A nosotros nos parece algo raro por demasiado espontáneo, pero tampoco podíamos hablar realmente entre nosotros porque nos tenían metidos en conversaciones diferentes y no daban opción, así que por aquello de no ser maleducados y de conocer a gente del país con la que charlar sobre la cultura, tradiciones y diferencias, nos fuimos con ellos. Nos llevaron hasta una habitación privada en una casa de té y allí nos ofrecieron a elegir bebidas: cerveza, té o quizá la ceremonia de té tradicional. No sabíamos bien, el té de aquí no nos deja dormir por las noches, pero cuando se lo comentamos nos aseguraron y reaseguraron que ninguno tenía teina y que eran todos muy suaves, nosotros a esas horas preferíamos una cerveza, claro, pero ya que estábamos en una casa de té...con chinos... que insistían tanto... dijeron que lo más normal era la ceremonia de té porque así podíamos probar un poco de cada uno, así que aceptamos. Nos trajeron como complemento un plato con fruta y una cestita de patatas fritas dulces.

La velada siguió animada mientras una chinita nos iba haciendo té tras té contándonos las miles de propiedades benéficas y dándonos un dedal de cada uno a probar, 11 tipos en total. Y, cómo no, cuando terminó el asunto, la chinita intentó vendernos unas cajitas muy monas de té, a lo que nosotros fácilmente respondimos que no podíamos comprar nada porque entonces tendríamos que cargarlo por media Asia, pero uno de nuestros acompañantes sí que compró una.

La sorpresita, que en realidad no lo era para nada porque ya nos lo olíamos y habíamos comentado la posibilidad brevemente entre nosotros en alemán (porque seguían con la técnica de aislarnos en dos conversaciones diferentes), vino con la cuenta... 230 €!!! La idea que tenían es que nosotros les invitásemos, aquí a veces hacen fácilmente el símil turista blanco=rico, pero cuando vieron cómo se nos tornaba la cara de ‘blanco rico’ a ‘morado cabreado’ nos ofrecieron dividir la cuenta entre los 5 (incluida en la repartición la cajita de té del chico). Pretendían que pagásemos, por haber bebido y comido el equivalente a una taza grande de té y una naranja, 45€ cada uno!! Así que la broma nos salía a 90€, para que os hagáis una idea, la habitación del hotel con baño nos cuesta 8€ la noche, y cuando salimos a comer nos gastamos unos 3,5€ en total con bebida incluida. Ahí ya nos dimos cuenta de que somos unos pardillos y que había sido una trampa para timarnos. Así contado, se espera desde el minuto uno, pero aunque nosotros lo intuimos tímidamente cada uno por separado desde el principio, el hecho es que lo hicieron muy bien y lo de que nos tuviesen ocupados con la conversación y no nos dejasen hablar entre nosotros funcionó también muy bien.

El caso es que al final no salimos muy mal parados, porque nos pusimos a discutir con ellos y a decirles que eso era claramente un timo y que estaban todos compinchados, y ellos en sus trece de que no, que es lo normal para la cultura china del té y que nosotros como europeos no sabíamos valorarlo y blablabla... Por suerte, llevamos todas nuestras cosas en monederos interiores, así que les dijimos que cuando se encontraron con nosotros sólo habíamos salido a pasear y no llevábamos casi ningún dinero encima y ninguna tarjeta (hasta nos dijeron que podíamos pagar en euros, dólares o yenes japoneses), y olé! por Sebastian, que me dejó flipada, sacó lo que tenía en el bolsillo, simuló que se le caían un par de monedas al suelo para esconderse en la zapatilla un par de billetes, y se levantó diciendo que lo único que teníamos eran los billetes que tenia él en la mano. Tras mucho discutir, proponerles que llamásemos a la policía a ver que opinaban ellos (a lo que no dijeron ni mu, claro, aunque nosotros también preferíamos que no viniesen porque no sabíamos si no sería peor el remedio que la enfermedad), nos dijeron que nos acompañaban al hotel para que les diésemos el resto del dinero, pero cuando les dijimos que estaba a 25 minutos de allí andando y que si pretendían que cogiésemos un taxi tendrían que pagarlo ellos, nos dijeron que les diésemos la dirección de nuestro hotel para pasarse después. Evidentemente no queríamos darles nuestros datos ni de coña, pero no veíamos la forma de salir de la casa de té, y pensando en la conversación que habíamos mantenido con ellos, nos habían preguntado ya todos los detalles que necesitaban: dónde nos alojábamos exactamente, qué íbamos a visitar los días siguientes, cuáles eran nuestros próximos destinos en China… por suerte, yo soy reacia a dar todos mis datos por las buenas y en ese momento no les di el nombre de nuestro hotel sino el de un albergue cercano, y tampoco les habíamos aclarado nuestros planes para la ciudad los días siguientes. Así que les dimos un hotel y un nombre falso y nos fuimos de allí sanos y salvos con sólo 11€ menos.

Pero bueno, algo hemos aprendido con esto, eso seguro!!! por lo menos, a preguntar SIEMPRE el precio de todo! (Se me había olvidado contar que cuando ya habían pedido y estábamos enfrascados probando tés, sin que nos diesemos mucha cuenta, otra camarera entro al cuarto a colgar un cuadro, que resultaria ser la lista de precios...)