Pingyao

miércoles, 29 de julio de 2009



Tras una semanita de aclimatación, turisteo y relajación en la capital, decidimos dirigirnos a un sitio más acojedor, y elegimos la pequeña ciudad de Pingyao. Fundada en el siglo XIV, mantiene buena parte de la arquitectura original de las épocas Ming y Qing. El casco antiguo está rodeado por una muralla de 6 km de longitud y 12 m de altura con seis puertas y unas setenta torres de vigilancia, en cada una de las cuales hay esculpida una frase del libro "El arte de la Guerra", de Sun Tzu, que mi padre me regaló y me leí para el máster un par de semanas antes de empezar el viaje. La Ciudad fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1997.


Si, por aquello del idioma, comprar un billete de tren desde la ciudad en la que estás hacia cualquier otra parte es ya un poco complicado, intentar comprar un billete en China para un tren que salga de una estación diferente de la que estás comprándolo es todo un reto. Primero lo de siempre, pedir en el hostal que te escriban de dónde a dónde quieres ir, cuantas personas, qué día, a qué hora, en qué clase y qué litera quieres (arriba, en medio o abajo); Luego, conseguir que la persona que te vende los tickets entienda lo que pone, en chino, en tu papelito… y eso ya no es tan fácil. Tras decirnos en 4 ventanillas que no es posible venderte un billete de un tren que salga de una estación diferente de la que lo adquieres (¡¡¿¿¿ein??!!?) y que debíamos comprarlo allí cuando llegásemos (nosotros queríamos comprar con antelación el tramo Pingyao-Xi’an porque nos habían dicho que los trenes se llenaban enseguida y a lo mejor allí nos encontrábamos que sólo quedaban camas libres en trenes dos días más tarde y nos tocaba esperar) por fin encontramos a una taquillera que, en cuanto le enseñamos el papel, sin ningún tipo de extrañeza ni preguntas nos dio los billetes, el problema se presentó cuando le enseñamos nuestro billete Beijing-Xi’an y le preguntamos desde que estación salía el tren. Se puso a agitar los brazos y hacer muecas señalando la cola que teníamos detrás, pero ante nuestra insistencia nos dijo que salía desde la estación central, en la que estábamos en ese momento. Y cómo, a pesar de su enfadado, nos lo dijo 3 veces, nos fuimos tan tranquilos.


Aaaaaaaaaaaaaaay infelices!! cuando 3 días más tarde nos fuimos para allá con tiempo y nos pusimos a buscar en los paneles nuestro tren…no estaba! Le preguntamos a una “amable” señora de información que nos ladró a saber qué y nos tiró el billete a la cara, perplejos le preguntamos a varias personas en medio del enjambre humano que iba y venía a toda velocidad sin mayor éxito, hasta dar con una chavalilla joven que hablaba un poco de inglés y que le volvió a preguntar al perro ladrador de nuestra parte que demonios pasaba con nuestro tren. Gracias a ella supimos que la taquillera nos había dicho que sí que nuestro tren salía de allí mismo, como a los tontos y a los locos, sólo para que nos quitásemos de en medio. En realidad salía de la estación este y ya no nos daba tiempo a llegar… Menos mal que en este país no hay absolutamente ningún problema con los cambios de los billetes, ni aunque el tren que se supone que deberías haber cogido haya salido el día anterior. Volvimos a hacer cola en la taquilla, cambiamos los billetes para un par de horas después, nos fuimos a la otra estación y, para matar la espera, nos pusimos las botas comiendo dumplings (Ángeles, me acordé mucho de ti pideindo tus 'empanadillas chinas').

A parte del jaleo para comprar los billetes y la incidentada toma del tren, la llegada también tuvo lo suyo. El tren nos dejó a las 5 de la mañana en medio de una estación en ninguna parte y osotros, tan previsores, sin mapa ni idea de nuestro destino. Por suerte, aqui los taxis y bici-taxis son muy baratos. Como no sabiamos en realidad dónde queríamos ir, dejamos que nos llevasen hasta el centro de la ciudad y allí nos pusimos a caminar hasta encontrarnos con un albergue donde entramos a preguntar si nos permitían dejar las mochilas allí durante el día aunque no durmiésemos allí, pues majísimos, no sólo nos dejaron, sino que nos regalaron un mapa de la ciudad, nos explicaron las cosas más interesantes que ver y nos ofrecieron ducharnos gratis, lo que, después del viaje nocturno en el abarrotado y caluroso tren lo agradecimos muchísimo.

Pingyao es una ciudad muy curiosa, por lo visto se han rodado allí varias películas (la linterna roja), dentro de la muralla las calles son estrechas y polvorientas, las casas bajitas con farolillos en las puertas, inscripciones por doquier y patios espartanos y, en medio de todo eso, torretas elegantes y tejados puntiagudos terminados en dragones con las fauces abiertas .

A media mañana hacía ya un calor de mil demonios, así que después de darnos una vuelta tanto por dentro como por fuera decidimos sentarnos en un esquina a comernos un riquísimo helado (uno de los miles que nos comeríamos en China, a 0,20€ cualquiera se resiste!) disfrutando mientras observábamos el ir y venir de los locales. El desfile de motos, bicis cargadas con las cosas más inimaginables y gente particular que pasaban por allí por minuto era ya en sí mismo todo un espectáculo. Atareados como estábamos con nuestros helados no pudimos hacer fotos de casi ninguno, pero tengo algunas imágenes grabadas, entre ellas un par de gente con camisetas en las que se leían frases en inglés que probablemente ni entendían (como cuando Sebastian le tradujo a una chica en Malasaña lo que querían decir los bonitos símbolos japoneses de su suéter: “soy fácil y me gusta ponerme encima”…si es que hay que tener un cuidado con lo que uno se pone…o peor, se tatúa!): una anciana conduciendo una moto más vieja que ella cargada con toneladas de patos vestida con una camiseta rosa con letras negras que decía “demasiado cool para este mundo”, un señor de mediana edad un tanto guarrete con una camiseta roída en la que alguien (quién sabe si él mismo) había escrito en grande con un rotulador “Dolce&Gabbana”.

Tras cenar en el albergue por aquello de devolverles un poco el favor y porque estábamos muertos de tanto pateo, nos volvimos a duchar y nos fuimos a la estación para coger el tren nocturno hacía Xi’an, cual no fue nuestra sorpresa al descubrir que prácticamente los 15 mochileros que esperábamos allí éramos hispanoparlantes, eran los primeros con los que nos cruzábamos en todo el viaje y la casualidad hizo que además fuese un encuentro de varios grupos de lo más dispares, un matrimonio chileno de nuestra edad que estaba haciendo casi el mismo viaje que nosotros pero con un par de días de adelanto, unos grupo de catalanes de viaje de fin de carrera… Javier, un valenciano, suizo de adopción, profesor responsable del departamento de castellano de la Universidad de Lynch que, fascinado por su cultura, estaba allí 3 meses para aprender algo del idioma y viajar a lo largo y ancho del país. Con él compartiríamos luego muchos buenos ratos y nos explicaría cosas interesantísimas de estas gentes que nos harían comprenderlos algo (iba a escribir “algo mejor”, pero en realidad salimos de china con la sensación de no entender nada y de habernos dejado, lamentablemente, mucho en el tintero, pena de barrera idiomática).

1 comentarios:

Álvaro dijo...

qué lio lo de los trenes... si ya es dificil aquí, me imagino que en chino, imposible!

quiero más entradas!

un beso grande!
álv